Viajar

Mariano volvería a Cajamarca en dos años, tal vez tres, pero no vería los cambios y no notaría los colores del nuevo molino. Regresaría solo para dejar huella y continuar, tal como Julieta y Román. Después de un viaje largo por las Islas Vírgenes, y una estadía de casi un mes y medio en Bahamas, regresaría al cayo que lo vio nacer, a un par de kilómetros del malecón. Caminaría por la avenida que bordea la arena, y besaría la sal con los labios, evitando acercarse demasiado al sol. Esa sensación de estar siempre en casa, pasaría por su piel todo el tiempo. Pero, ¿cuál era su casa? ¿habría un lugar a donde regresar? Las valijas que un día hizo ya no serían las mismas, y los puntos de partida serían miles. Una tarde, en los bosques de Lituania, recordaría que su tiempo más feliz fue del otro lado del mundo, en un pequeño pueblo de Portugal, a kilómetros del molino, cerca de Cajamarca y los cayos.

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