El sueño

Se blandió entre recuerdos para intentar descifrar la lengua madre, el origen de todas las lenguas. Como si su mente fuera un eje de direcciones, cerró los ojos y comenzó a imaginar líneas blancas y grumosas como nubes, que cubrían la esfera celeste; como longitudes y latitudes del tiempo. Ideó un horizonte de tiempo ancestral: fotografías de elementos y personas del pasado transcurrían por sus ideas, como una búsqueda selectiva de datos, intentando encontrar las similitudes, incorporándose al diagrama que armaba. Las imágenes se hicieron postales de un ayer olvidado, y empezó a ver fechas cortas, largas, complejas, sucesión de números y letras, paradigmas de la historia viviente vuelta biblioteca en su subconsciente. Observó las frases de miles de personas, que se ordenaban a lo largo y ancho de las líneas, y se juntaban con las imágenes y las fechas. La red de tiempo y espacio era inmensa; no había inicio ni final, era multicéntrica. Había visto tanto, que el pasar de minutos lo había llevado al transe; a un lugar entre el hoy y el ayer, a un mundo entre este y el invisible, a la bóveda litúrgica de la vida, donde la conciencia es tal, que adormece al pensante y enriquece al escucha, con la voz de aquellos que son parte de la voz del alma, y viven entre tantos mapas y con tanto saber, que es imposible decirles que el pasado no existe.
Su mente dejó el mapa, sus manos y su cuerpo ya no eran suyos. Sintió no saber donde estaba, y si estaba haciendo lo correcto. Se dejó fluir, y escuchó su boca hablar las palabras que tanto había pedido, sintiendo que no era él, dejando que le hablara, al abrigo de los que necesitan su voz y precisan su milagro mientras callan. Sintió así que había hallado en la distancia, aquellos lugares lejanos que algunos olvidaron, y observó la imagen que buscaba, la guardó en su mente y abrió los ojos. No había estado durmiendo, pero pareció que despertaba.

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