Nuestros hijos

 

El dolor recubre el último verano, esconde las últimas vestiduras del colapso, y se abandonan en el mar de gente, perdidos, sin voces que atestigüen, sin vanidades, errantes, socavados, presos de la incertidumbre. Se dejan llevar por la costumbre y empiezan a ungirse de demonios, de atroces y feroces elementos suicidas, de altiplanicies, de sotaventos. Y cuando todo parece evitarlos, el drama los consume, los aísla, los lleva a su centro más profundo, y grita en su nombre y direcciona. Dejan que los rastros de amor se desintegren, que la rutina destruya, y que la presión y el stress los envuelva en su guarida. Detrás de su paisaje de abismo, sus hijos, todo lo que el amor armó y creó, sus dos hijos mirando la batalla final, opacándose. Si tan solo el desamor se apagará un instante, para ver en los ojos de sus pequeños, pero no lo hará, el odio caló bien hondo y se esparce rápidamente por sus entrañas. Ninguno de los dos llega a mirarse, ninguno se habla, ya no hay más palabras para decirse. Sus hijos, su semilla al mundo, quedarán huérfanos de amor, con vidas dispares, con una separación de por medio. Todo por un desamor que el amor no pudo reparar.

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