La cúspide
Llegó a su casa, cansada, sin ánimos de nada. El día estuvo agotador. Muchos sueños y pocas vías de concreción. Encendió la tele, otra vez la maraña de noticias inentendibles: el aumento del costo de vida, los entramados inexplicables, las peleas, los desaciertos. El fatigoso día, no le daba el respiro necesario para tanta preocupación, ni siquiera para entender quién sabe lo que dice, quien no, que es verdadero o falso. Mejor apagar la tele, descansar, olvidar. Mejor dejar de ver tanto barullo, calmar, soñar de nuevo. Dejóse llevar, entonces, por el cansancio. Cenó lo poco que quedaba y se acostó a dormir con las estrellas, las que imaginaba en el cielorraso del cuarto. Al otro día, la misma rutina volvía a atraparla nuevamente, ausente y exigua. Así estaba planeado para que suceda: noticias, cansancio, falsedades. Así estaba pensado y planificado: más cansancio, menos entendimiento. Y en la suma de stress y rutina, la ventaja del pensamiento infundado, era vital para doler desde la cúspide.
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