El mar


Había estado dos veces en Colombia, pero aquella segunda vez conoció el mar. Le parecía asombroso: todas las dunas, toda la arena, toda la inmensidad. Cada marea que llegaba a la orilla y cada espuma que se formaba, le parecía única. Es difícil escribir sobre la sensación de placer, pero en ese momento podía conjugar períodos de plenitud y satisfacción tales, que inoculaban cualquier viralidad exterior. Pretendo aquí hacer una breve mención a las rocas que estaban dispersas por la arena, ya que en breves líneas más pueden ser de utilidad para el lector. Dejó a merced, desde luego, cualquier escenario topográfico imaginable, para no acotar los límites de alcance de la mente.
Sintióse entonces, en una isla, como si hubiese podido salir del continente y dejar que la corriente la llevase en balsas de madera, sin el pesar de oleadas tempestuosas y con el ánimo de mares que se vuelven ríos. Sintióse así, el mar, el extenso mar. Dejó, en ese instante, de pensar en las vanaglorias, en los intereses, en la pesada ilusión de ser una parte más del todo. Dejóse alcanzar por el viento, y sintióse aire. <<Que grato es respirar aquí>> pareció decir entre ruidos de olas y corriente; a lo lejos podía divisarse una luz desconocida. En ese instante, llegaron los paramédicos, y la triste rutina que tanto nos ciega y abandona, expuso el gris cemento de la avenida agrietado y enrojecido, mientras ella empujaba y hundía sus manos en el pavimento, intentando encontrar una solución a su desespero. <<¡¿En dónde está el mar?!>> gritaba cada vez más fuerte mirando el cielo, sin percibir nada en particular; a su alrededor, varias personas la observaban y la sostenían. Su mente añoraba saber, hacia donde se habían llevado esa gran masa de agua clara que apenas divisaba, y ya no estaba frente a sus ojos.
Una larga fila de autos se incrementaba detrás del vallado policial, en la esquina de la Calle 117 y la Avenida Camargo. <<Creí que esto no volvería a suceder>> comentó uno de los médicos que se llevaba a la mujer. La ciudad se cernía en un caos, entre el bullicio de voces y bocinas. Luego de varias horas, todo volvía a su curso habitual.
Los nombres son vanos en estos momentos, podría ser Carmen Santaya o Muriel Rodriguez que tendrían el mismo significado. Las playas podrían ser de Francia o de Nicaragua, que todo asumiría el mismo fin.
Volvióse en ese instante, roca, emergida del océano gris bogotano, la que se esconde entre la arena y las grutas, entre faros y médanos. Sintióse libre, más allá del ruido de anestesia, de preguntas, de camisas blancas con cordeles.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El final

Campos

Maldivas

El sueño

Papúa (Capítulo 1)