El dolor invisible


Juan toma el último papel moneda, lo dobla y lo guarda en el bolsillo, sabe que mañana no habrá más, no hay forma de conseguirlo. Ya intentó hacerlo de todas las formas posibles, desgastando el esfuerzo en todos los ámbitos; y el “no” fue la respuesta más escuchada. Ya probó ser su estudio, su aprendizaje, su experiencia y su impronta, y todo conlleva al mismo desenlace: no hay sitio para él, donde no desean que haya sitio. Un mundo construido alrededor de los ideales equivocados, se equivoca, y no es más que una suerte de halagos que no terminan en nada. Y ninguna de aquellas respuestas, le dará un techo, una comida, un abrigo. Juan será mañana, uno más de los cientos, que la liturgia del abandono los excluyó a vivir la otra vida; aquel lugar donde los que dicen no, jamás se acercan. Aquel lugar, donde los que dicen no, borran de su mapa, y muchas veces, erigen muros de concreto o insultos de odio que erosionan las sociedades. Juan pasará la noche en un refugio, dándose el último baño de agua caliente, comiendo la última sopa tibia y abrigándose con la última manta de piel, entre miles de camas a sus espaldas. Mañana, por un maldito no, será un nadie, y ya no existirá más, ni física ni socialmente. Y todo, porque lo invisible mata, la verdad desnuda, y el alma teme.

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