Los aromas del café
No todo eran tazas de té de la India, ni infusiones de Colombia, ni aromas del Mediterráneo. En aquel café, a la vuelta de la Esquina del Tiempo, había un sabor que era único e inigualable, y solo lo pedían, aquellos que sabían lo que iba a suceder. Pocas personas podían entregarlo y prepararlo, y solo la palabra secreta dejaba que la magia ocurra.
Cierta tarde, luego de los cánticos orfebres de las aves, tras las luces tenues de las ventanas, Don Edgardo volvió a aquel café, y solicito aquel exótico té de Sri Lanka que tanto le gustaba. Cuando el mozo llego a su mesa, olvidó por completo el nombre exacto, y su boca pronunció la palabra adecuada. El mozo, comprendió el pedido y una tenue campana se escuchó en la lejanía. Prontamente, cubrió la mesa con un mantel blanco de tela delicada, dispuso la vajilla de porcelana china, y acomodó la cucharilla dorada en el costado indicado.
<<Que buen servicio dan aquí>> pensó
<<Que lo disfrute Señor, y mucho cuidado con los espejos>> le contestó el mozo antes de retirarse
Don Edgardo se sorprendió por la advertencia, pero agradeció muy amablemente el servicio. Observó el reloj de oro colgante de su madre, y lo guardó nuevamente en el bolsillo de su traje. Se acomodó sus anchos bigotes, y bebió el primer y único sorbo de té. Percibió un aroma peculiar en el aire, y apoyó la taza lentamente sobre la porcelana. Cerró los ojos por un momento, y cuando los abrió el mundo había cambiado por completo: unos raros espejos estaban por todo el lugar, el café había desaparecido, y se encontraba sentado en el piso, tosiendo en medio de aquella suciedad. No comprendía nada de lo que estaba pasando. Pensó que todo era un sueño e intentó despertarse, pero fue imposible. Se levantó un poco cansado, notó en los espejos que estaba mucho más flaco y más viejo, y comenzó a caminar. A lo lejos, observó una puerta que daba a la calle.
<<No pienso volver más a este viejo café. Después de un buen servicio, te arrojan a los escombros>> pensó
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