Las luces
Una luz de bengala recorre todo el espectro, y sobre la difusa opción no hay muchas formas de continuar. Veo el mar, las velas, los quebrantos, el llanto de la magia sobre las ínfimas centellas, el presagio de haber dicho que si y hoy no saber hasta dónde seguir; de amarte y hoy no saber si continúa. El mar sigue encendiéndose, con el crepitar de destellos, con el devenir de un deseo oculto, de una pasión entre susurros. No recuerdo si era Tailandia, Japón o las Gemínidas, no sé si era Tonga, el mar Báltico o tus manos, no sé si estuvimos en Delhi, si continuamos recorriendo el Sahara o si presagiamos Dubái, no puedo ni percibir si era Doha o el mar Negro; no sé dónde estuvimos, ni dónde nos besamos, todo se borra, se pierde, se cubre de polvo íntegro. Y aquí si te veo, entre las opacas luces del mar, te veo y te respiro, te descubro, entristezco un rato, y percibo como se van apagando varias luces, y como otras se encienden; como transmutan y se esconden, como nosotros dos, solos aquí, sin nadie que nos vea, recordando Lisboa, Cajamarca, Portugal, viéndonos en Bali, en Oriente, en Bangladesh, en el teseracto del cosmos, en la vertiginosa Madrid, en los detalles rusos de la Plaza Roja, en Moscú sitiada y escondida, en las dulces manos de un otoño que trasciende las estaciones y nos pregunta, si verdaderamente hemos perdido el amor, o si lo hemos encontrado. Sigo viendo las luces de Chiang Mai, y hay cientos de personas cerca, encendiendo miles de velas que irán al mar, o que ascenderán a los cielos. Sigo viéndote en el agua, descalza, con tus ojos en mis ojos, con el recuerdo del Lago Victoria, de Uganda, de Rawson, de Iguazú. Te sigo viendo entre los ecos del sudeste asiático, entre los Lanna del norte, en Yee Peng, en Laos, en Camboya, en Myanmar.

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