El día que fuimos inmortales

Un día de todos los que existen en el vasto infinito, se nos cayó de las manos una idea pendiente: la inmortalidad. Entonces, comenzamos a hablarle a los sueños sobre la realidad, y creamos un mundo ficticio, pero a la vez, físico: era la voz de nuestra mente, hablándole a los miedos y a lo inexplicable. Tratamos de separar sueño de vigilia, y fue imposible, porque lo que ya era sueño, era parte de la visión, y lo que veíamos, culminaba nuestra aventura de saber que era un sueño; y que lo habíamos inventado de una posible falla.
Varias huellas, alimentaron el alma de esa piedra, filosofal e insípida, como el aire, como lo intangible; etérea como la imaginación, como el sueño en un todo. Éter en su imagen, imperfecto perfecto en su semejanza.
Y el sueño escaló una vez más y fue ilusión, aún siendo real. Vimos como cada perfecto, era destruido por la mente y por el entorno; nosotros nos destruíamos, y devastábamos el todo y la piedra. Imaginamos diferente. La piedra ahora era líquida, así se transmuta, solo se cambia de fase en una parte del pensamiento. Así se pasa de sueño a vigilia; y la vigilia terminó, cuando comenzó a transformarse.

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