Amor

Podría haberlo amado, hasta perderse lentamente en sus espacios, en sus sentimientos de tristeza y alegría, y haberse dejado llevar por las sutiles palabras de sus labios, y el perfume cálido de su piel. Pero todo hubiera sido en vano, y hoy estaría lamentando haberlo amado, y haber compartido tantos hechos tibios, tantas noches magras, y tantos momentos de pasión inventada, que solo llevan al letargo inequívoco, de los que creemos encontrar el amor, como se encuentran personas en la vida.
Podría haberlo amado tristemente, elogiando a un ser inexpresivo y vanidoso, pero no lo hizo. Quien sabe que sucedió, que un día dijo basta, que se detuviera; y mientras sus labios besaban los suyos, le dijo:
<<Ya no hay más, amor. No te veo en el final de mi camino>>
Aquella persona se sorprendió al oír sus palabras. Estaba intentando comprender que acontecía. No esta demás, señalar que sobrevino: una tensa discusión, las explicaciones del fin, y todos los vaivenes del por qué, cuando y como. Todo fue preciso. No supo hacerlo mejor, y lo dejó, evitando un desmán en su futuro, sorteando todo dolor a tiempo, intentando enmendar las heridas producidas por la ruptura. Sucedió, entre los estrepitosos ruidos de aquel bar sombrío, entre personas que bebían para olvidar las injusticias y el desamor.
Quien fue dejado fue feliz, mucho tiempo después, en otra historia, con otros nombres, y en medio de caminos que conducen a su felicidad. Pero esa es otra historia breve.
Quien evitó ese amor retomó su vida, dejó atrás los recuerdos de los besos, las memorias de una vida consumada, y sollozó en su casa hasta lavar el alma. Cuando la noche llegó, se durmió observando tras la ventana de su cuarto, la extensa noche estrellada. Luego, entre el sueño y la vigilia, pudo regresar nuevamente, hasta aquella señora de las cartas españolas, prediciendo su destino, cierta tarde de mayo en Mendoza.

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