El mapa del cielo
Naiara buscaba un surco en la arena, tal vez una mirada distinta, un comienzo. Apoyaba sus manos en los fragmentos de arena mojada, y escarbaba el arenal con sus ojos, delineando una primera impresión, algún boceto que desdibujara el porvenir, y comenzara a pintar una nueva veta. Así encontró la primera pincelada, y con ella las siguientes. Una a una se trazaron en su mente, armando un gigantesco rompecabezas de elementos unibles.
<<¡Que suerte!>> pensó Naiara <<Ahora pintaré un mapa del cielo. Papá, ayudame>>
Abandonó el hueco armado en la arena, y corrió junto a su padre hasta la orilla del mar, allí donde las olas mojan y se alejan. Con un baldecito de plástico, juntó agua de la playa, y regresó al hueco de manos y respuestas. Dejó que el cielo le dijera como era el camino. Pensó nuevamente en el rompecabezas de nubes y verbos, en las constelaciones de pensamientos que anidaban aquel cúmulo de elementos, y comenzó a dibujar. Un poco de agua aquí y allá, unas manos grabadas en la arena mojada, y varios rastros de figuras creadas con sus dedos. La pintura estaba lista.
<<Ahí está papá, miralo, es el mapa del cielo>> dijo Naiara desde la arena
Papá no entendía bien que era, sin embargo, contestó:
<<¡Que lindo hija, sos una artista!>>
<<Gracias pa, vamos al agua>>
Que hermoso era el mapa del cielo. Estaba pintado a imagen y semejanza, con sus caminos, sus conexiones, las nubes de paso, las puertas y enlaces con nuestro mundo, y los recónditos pasadizos que conectan a cualquier ser con la galaxia. Pero Papá no podía verlo, porque ya había crecido, y la adultez había cambiado su mirada y su pensamiento; y su mapa estaba guardado muy adentro, junto a las voces del alma, y las primeras imágenes de la infancia.
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