Edmundo

 

Edmundo abrió los ojos y vio el mundo, gigante como los alerces y vertiginoso cómo las aldeas. Se pregunto si más allá de las metas visibles había más, y dibujo en su mente pasadizos que conducían a diferentes senderos del mundo. Imaginó bosques violetas, ramas de color miel, y alas de seda que volaban entre los jazmines. Pensó un mundo más amplio, detrás del que veía. La infinita vastedad lo alimentaba de alegría. Imaginó que la planicie se arrugaba, y de allí nacían doce montañas de color marfil, rudimentarias y con aroma a madreselva. Continúo lentamente dibujando cada fragmento del mapa, mientras la tarde yacía en el horizonte. Ni bien la luz del sol dejó el poniente, Edmundo se durmió al abrigo de unas hojas verdes, acurrucado entre las manchas de tierra del manglar.
Al despertar, se refugió entre las especies del lugar, sintió el aroma de las flores y caminó hasta la laguna que estaba a pocos metros. No reconoció a ninguno de los animales que estaban a sus costados, pero no importaba, lo que mas quería era bañarse en las aguas cristalinas, al pie de la cascada. Dejó sus ropas en las piedras, y se adentró al agua, tras de sí una fina caída de agua daba calidez a la tarde.

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