Avenida Paulista
Saverio
Dos Santos recibió la estación como de costumbre, sin ánimos de voluntad, ni
presagios. Realizó el drama típico de la impertinencia, y bebió los dos sorbos
de miel de la mañana. Muchos se preguntaron, si el encuentro debía ser de ese
modo o debía cambiar, pero Saverio le restó importancia a los pormenores, y
continuó con su osadía. Se deshizo del preámbulo de las historias y las fases,
contempló el sendero de curvas sutiles, y presenció el poniente y el lento atardecer;
una acuarela de color rojo y naranja teñía el horizonte. Podía apreciarse un impreciso
contemplar en su mirada, y una lenta sapiencia de lo que estaba por suceder,
pero nada de ello le profirió una negación. Sus manos continuaron adelante, y
cruzó la calle: la extensa Avenida Paulista de São Paulo, y se perdió
nuevamente entre la gente, las voces, los botecos, y la sal del mar.
La mañana siguiente regresó al lugar de siempre:
tenía dos alas menos en la piel, y un mundo intenso de preguntas.

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