Sombras
La mayor falencia del Gran
Mago era no creer en sí mismo, por eso no confiaba en sus propios artificios.
Dejaba su mente expuesta al peligro de pensar una y otra vez en el error, y
olvidaba la lectura agradable del aprendizaje. Aun así, debía salir a escena
para hacer su próximo acto, y no sería el último, si obtenía el perdón del
Emperador. Solo había tres oportunidades para demostrar la verdadera magia en
aquella dinastía, y esta era la tercera, no podía volver a fallar.
Se descubrió el telón del teatro. Un fuego de artificio ilumino el cielo, y el Gran Mago apareció
detrás de una bambalina blanca, que reflejaba su sombra. Un halo de sorpresa,
recorrió el rostro del Emperador.
El acto comenzó a
desarrollarse, y las sombras se dibujaban con una maestría inigualable, al
compás de la música. Tal vez uno de los mejores actos de ilusionismo nunca
antes visto. Las sombras eran únicas e increíbles. En la primera fila, el
Emperador estaba totalmente sorprendido.
Luego se oyeron voces,
susurros, aplausos y el triste final. La luz que alumbraba el alma de la
bambalina se apagó por completo, y todo el teatro quedó a oscuras. Un último
fuego artificial iluminó el cielo. El Emperador se levantó de su asiento
aplaudiendo, y ovacionó al Gran Mago, mientras se prendían las antorchas.
Pasaron minutos, horas,
días y el Mago nunca salió a recibir sus agradecimientos. El Emperador ordenó a
sus guardias que lo buscaran día y noche por todas partes, incluso exigió su
presencia inmediata en el palacio real, pero todo fue en vano. Meses, años y
dinastías pasaron, y el Gran Mago nunca apareció. Había logrado el máximo truco
de ilusionismo: se había convertido en sombras, ahora podía aparecer y
desaparecer cuando quisiera. Había entendido cual era el error, y ahora podía
tocar lo inaccesible.

Comentarios
Publicar un comentario