El olvido
El
olvido se olvidaba de olvidarlos. Tanta complicidad entre ellos, que al final
olvidar era innecesario, atávico, ruidoso. Tanto olvido parecía molestar el olvidadizo
espacio entre esperar y continuar. Sin embargo, el olvido comenzó a molestar
los pasos ambiguos de los amantes. Comenzó a destruir las paredes de la
ausencia, y penetró en la angustia complaciente, que sucede, sin tregua. Tanto
desdeñar y apaciguar que, en el fin de los finales, el olvido tomó sus manos, enmudeció
sus sueños, y esperanzó las marcas. La herida tuvo al fin, su esperado
desenlace. Había quedado días durmiendo al costado del abismo, sin caer ni
precipitarse. La herida era al fin, amiga del olvido.
Sin olvidar lo que olvidaron, la fe omnipresente
de la despedida, puso pie en esta historia, y comenzó a abrirse al lento
abanico de las huellas, aquellas que son parte del olvido, y ahora son
nuestras.

Comentarios
Publicar un comentario