Los médanos
Otra vez los
médanos, los infinitos y extensos médanos que todo lo cubren, el mar lento y
más lento que nunca, la infinita arena, la melancolía. Otra vez empezar y otra
vez suceder. ¿Es que no termina nunca? Tal vez hay un punto dónde acabe, dónde
ya no se vean más que largos vestigios de blanco, y la estela de antiguas
constelaciones ya no aparezcan. Tal vez al final, el camino es finito, y la
arena y los mares y los médanos y las angustias se derritan, lentamente, cómo
el devenir de la soledad que nos paraliza, que nos besa, que nos derriba y que
nos mata por dentro.
Aunque morir, ya
es solo un deseo, una vaguedad del pensamiento de los antiguos mortales; morir
ya no existe en el curso de aquello que era vida, y que subyace en la
conciencia. Morir ya es un degradado de cúmulos neutros, de opciones, de
movimientos, de fracasos y de sucesiones. Morir ya es la fase que sigue a lo
que está pendiente, pero es solo la fase, ni siquiera es el suceso antiguo de
morir. Prácticamente morir no existe, cómo nosotros que, si pudiéramos decir
que existimos, nadie nos creería.
Hace por lo menos diez horas que miro la
lejanía, todo se entrecruza en la cabeza, todo aparece y desaparece. Las
opciones para continuar con este martirio son escasas: puedo arrodillarme al
súbito deseo de conocer lo que sucederá, o puedo detener mi mente aquí, total,
nadie va a comprender si estoy o no estoy, ya la mortalidad es un paso anterior
a la nueva era.
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